Llevando un hombre a la Luna

19 julio, 2019

Por Alejandro Moronta

Luego de la Segunda Guerra Mundial, el mundo político se polarizó girando alrededor de dos países: Estados Unidos y la Unión Soviética, y con la política arrastró otros aspectos, de los que no escapó la carrera por la conquista del espacio. La Unión Soviética marchó delante con dos hechos significativos al enviar al satélite Sputnik en la órbita terrestre en 1957, y cuatro años más tarde, el cosmonauta Yuri Gagarin se convirtió en el primer hombre en el espacio.

El 25 de mayo de 1961, el presidente John F. Kennedy, en una sesión conjunta en el congreso, lanzó un mayúsculo reto: «Creo que esta nación debe comprometerse en lograr la meta, antes de que termine la década, de llevar un hombre a la luna y retornarlo seguro a la Tierra». La palabra clave de Kennedy fue compromiso, y un compromiso que permanecería por años. Un compromiso de Estado, en mayúscula.

Hay una anécdota que se refiere a una visita del presidente John F. Kennedy a la NASA para evaluar el progreso del programa lunar. Era necesario también elevar la moral del equipo, quienes estaban inmersos en un escenario desconocido. Se cuenta que, en su recorrido, Kennedy encontró a un conserje limpiando el piso y le preguntó por las responsabilidades de su trabajo. Se cuenta además que el conserje le respondió: «Señor presidente, estoy llevando un hombre a la luna».

La anécdota anterior resalta una vez más el tema de compromiso, entrega y alineación con un propósito mayor. ¿Es posible lograr un grado de compromiso como el del programa espacial de la NASA a principios de la década de los años 60? Sí, es posible, pero para ello hay que minimizar mucho ruido en el ambiente. Se trata de algo que va más allá de un salario, en que las personas se identifican con una causa y se integran los esfuerzos y capacidades. No se trataba en este caso de un mero capricho presidencial. Pero sobre el reto lanzado debe verse el liderazgo de quien lo lanza, pues si no, la gente no compra la idea. Un conserje fue capaz de no limitarse a mantener la limpieza, sino que desde su trabajo, lejanamente relacionado con la ciencia, pudo sentirse parte contribuyente con el llevar un hombre a la Luna y que retornara seguro a la Tierra.


En su momento cumbre, el programa Apolo llegó a emplear 400,000 personas, involucrando a 20,000 empresas y universidades.


El llevar un hombre a la Luna antes de que terminara la década requeriría de 112 mil millones de dólares, en moneda actual, y naturalmente de un empuje tecnológico y científico sin precedentes. En su momento cumbre, el programa Apolo llegó a emplear 400,000 personas, involucrando a 20,000 empresas y universidades. Se creó el centro de cohetes de Huntsville, Alabama, el centro de vuelos tripulados en Houston, Texas, y se ampliaron las instalaciones en el centro de control de vuelos de Cabo Cañaveral, en Florida.

Kennedy volvió a destacar la importancia del proyecto en un discurso en Houston, el 12 de septiembre de 1962: «¿Por qué, se preguntarán algunos… elegimos la Luna…? ¿por qué la elegimos como nuestra meta…? Y tal vez, también se pregunten: ¿Por qué escalar la montaña más alta…? ¿Por qué 35 años atrás volamos sobre el Atlántico…? Elegimos ir a la Luna, en esta década… no porque sea fácil, sino porque es difícil… Porque esta meta, servirá para organizar y probar lo mejor de nuestras energías y habilidades… Porque este desafío es uno que estamos dispuestos a tomar. Un desafío que no estamos dispuestos a posponer… Y uno que pretendemos ganar, y a los demás también…»

Habiendo realizado varias misiones del propio programa Apolo, precedidas a su vez de otros programas, Mercury y Gemini, la primera misión tripulada, la del Apolo 8, llegó hasta la órbita lunar en diciembre de 1968, girando 10 veces alrededor del satélite durante 20 horas y luego regresando a la Tierra. Las misiones del Apolo 9 y Apolo 10, tripuladas, siguieron probando equipos y ensayando el descenso lunar, respectivamente.

El 16 de julio de 1969 el Apolo 11 inició el recorrido de 384,400 kilómetros hacia la Luna, que le tomaría unos tres días. Al momento del despegue, los motores del cohete Saturno V consumían 20 toneladas de combustible por segundo. Esto es mucho más de lo que consumió el avión de Charles Lindbergh cuando cruzó el océano Atlántico en 1927.

La tripulación del Apolo 11 estaba compuesta por Neil Armstrong, quien la comandaba, Michael Collins y Edwin E. (Buzz) Aldrin. Todos habían participado en misiones tripuladas del programa Gemini. Por la envergadura del proyecto y el riesgo envuelto, la NASA ya había preparado un discurso para el presidente Nixon en caso de que los astronautas no regresaran con vida. Los astronautas estaban asistidos por una computadora que pesaba 70 libras y tenía 4k de memoria, una fracción insignificante de la capacidad de procesamiento que un teléfono inteligente. Para referencia, un iPhone 6 se puede usar para guiar 120 millones de naves espaciales Apolo hacia la luna, todas al mismo tiempo.

Y así, el 20 de julio de 1969, a las 3:17 PM, hora del este de los Estados Unidos, el módulo lunar Eagle, tripulado por Armstrong y Aldrin se posó sobre nuestro único satélite en la llamada Base Tranquilidad, mientras Collins permanecía en la órbita de la Luna. Seis horas más tarde, a las 9:56:15 PM, Neil Armstrong puso los pies sobre la superficie lunar, y pronunció su famosa frase: «Es un pequeño paso para el hombre; un gran paso para la humanidad». Aldrin descendió a la superficie más tarde. El reto de Kennedy se había logrado. Un total de 12 astronautas pisarían la luna en los siguientes 3 años, recogiendo rocas, manejando un vehículo, y hasta jugando un poco de golf.

El éxito en llevar un hombre a la Luna se puede resumir en las palabras del futurólogo Joel Barker: «Visión sin acción es sólo un sueño. Acción sin visión es perder el tiempo. Visión con acción puede cambiar el mundo».