Hoy no quiero trabajar (1)

1 febrero, 2019

Por Alejandro Moronta

Aparte de que los fines de semana o las vacaciones son fechas para disponer mejor del tiempo, no es extraño que muchas personas vean los lunes como un fastidio.  ¡Qué barbaridad, llegó el lunes!  Una vez en el trabajo, no ven la hora para que llegue el momento de salida.  Parece ser una cárcel con derecho a dormir en casa. En la misma línea, hace unos años leí la frase de que la gente espera toda la semana para que llegue el viernes, todo el año para que llegue el verano y toda una vida para alcanzar la felicidad.  La mayoría estará de acuerdo en que esto no es vida.

Un excelente vídeo de Steve Cutts, Happiness, ilustra un mundo de ratas, en que los días pasan en modo automático: van al trabajo pesadamente, con la cara triste, una gran carga a cuestas y con el bombardeo de ser felices al consumir productos o servicios, para terminar arrollados por el trabajo.  La carrera de ratas, la lucha diaria y búsqueda de felicidad, mejor porvenir, riqueza o poder.

Un reconocido asesor empresarial confesó que muchos de sus clientes no son felices.  En esta ocasión no se trata de empleados asalariados, sino de dueños de empresas, gente con mucho dinero.  La diferencia entre los empleados y los dueños de empresas es que los segundos sí pueden decidir no ir a trabajar cuando les parezca.  A los primeros les pagan para que desempeñen una función.  Además, los segundos monitorean el ausentismo.

No es un secreto la feroz competencia en los negocios que obliga a hacer más, con menos recursos.  No importa el sector económico, todos quieren una mayor tajada del pastel, ampliar ventas y beneficios, reduciendo niveles de costos, y en esa dinámica están empleadores y empleados, día tras día.  Es triste que muchos de los actores de esta película permanecen en ella para mantener cierto estatus, o adquirir cosas para que otros las vean, pero sin verdaderamente disfrutarlas.  Todo por un nivel de vida.  Mark Goulston. en Just Listen, comenta sobre una pareja de ancianos que tenía dificultades en su matrimonio, fueron a consultarle y revelaron cosas que nunca se habían dicho.  La señora valoraba que su esposo trabajó muchos años en un empleo que no le gustaba sólo para poder mantener a su familia.  Como este anciano hubo, hay y probablemente habrá muchos otros.

¿Qué hace que la gente no quiera ir a trabajar?  Interesante, el caso.  Para los profesionales, después de haberse esforzado para lograr un título académico, se supone para hacer lo que les gusta, entonces viene la desesperanza y la frustración.  Paradójico, ¿no?  Todo este rollo no se va a resolver en unos cuantos párrafos, pero conviene presentar algunas ideas, en tres enfoques: el empleado, el jefe y la organización.

A todas luces, es necesario un cambio, al menos de mentalidad.  El cambiar de empleo o lanzar un proyecto personal no siempre es la solución.  Hay personas a las que sí les gusta lo que hacen y que aman sus trabajos.  Esas son felices.  Puede que el problema sea de la persona, no del jefe ni de donde trabaja.  Los que saben de estos temas consistentemente expresan que hay que hacer lo que a uno le gusta y disfruta.  Sergio Fernández, coach, autor y conferencista, dice que las horas se le pasan sin darse cuenta, pues hace lo que le place.  Lo disfruta y no siente que es un trabajo.  Si no es el caso, la pregunta lógica es qué satisface a una persona.  Visto de otra manera, qué no le satisface y qué hacer para eliminar o reducir eso, incluyendo las fijaciones mentales o barreras autoimpuestas, que quizás asoman su cabeza de Medusa de manera inconsciente.

Antes de explorar temas externos, cabe empezar por el individuo que está empleado.  La apatía por ir a trabajar puede ocasionarla un espectro considerable de temas, que para fines prácticos reduciremos en físico, personal y profesional.  Tan sencillo como que su condición física no es la mejor y eso impacta en los demás aspectos de su vida.  Esto no es tan sólo un asunto laboral, sino de salud, y la salud como tal presenta todo un universo de posibilidades que inciden en cómo una persona responde en su empleo.

La situación familiar o personal es otro factor que conviene revisar, y que se refleja en el trabajo.  Naturalmente, de un entorno personal disfuncional, no es de esperarse que haya una respuesta adecuada en sus tareas profesionales.  Todas las personas atravesamos por momentos difíciles, crisis, enfermedades o problemas de toda índole, propios o cercanos.  Hay que establecer la diferencia entre lo que es la vida personal de la vida laboral.  Aunque se complementan, las dificultades de una no deben opacar la otra.  ¿Hay algún pasatiempo que le ayude a disipar un poco los asuntos que le ocupan la mente?

Un tercer planteamiento para considerar es su plan de carrera.  El plan puede que no se lo haya formulado.  Si lo tiene, quizás no esté bien definido.  Es conocido que una persona que haya estudiado o se haya formado en un área del saber no siempre se dedica a tareas propias de su profesión u oficio.  Lo que alguien hace no es lo que quiere hacer o a lo que se quiere dedicar.  Sólo por un instante, considere que usted ha llegado a un momento en que tiene que plantearse hacia dónde va y que la coyuntura actual es un síntoma de otros temas de intereses de carrera que están tocando fondo.  Véalo como algo positivo.  Al menos se ha dado cuenta del camino que no quiere transitar.

Una cosa sí es clara en toda circunstancia.  Si su malestar es un tema propio, los demás no tienen que cargar con ese peso.  Sea lo que sea, lo peor que le puede pasar es que a usted no lo vean como parte del equipo.  Ahí sus problemas serán mayores.

Continúa.