Houston, tenemos un problema

13 abril, 2020

Foto: NASA

Por Alejandro Moronta

Ninguna misión espacial ha captado más la atención que la Apolo 13, y en este año 2020 se cumple medio siglo de aquel episodio histórico, que mantuvo en vilo al mundo durante varios días de primavera. Habiendo despegado el 11 de abril de 1970, la nave inició su trayectoria hacia la Luna, siendo el tercer viaje destinado a colocar humanos sobre su superficie. Nuestro satélite dista unos 385,000 kilómetros de la tierra, y el viaje toma aproximadamente 3 días. El lanzamiento se hizo desde Cabo Cañaveral, en Florida, pero el control de las operaciones se hizo desde Houston, en el sur de Texas. La tripulación estaba compuesta por los astronautas Jim Lovell, quien la comandaba, Fred Haise y Jack Swigert. El director de vuelo en tierra era Eugene Kranz.

El accidente

Cerca de las 56 horas de haber despegado y a unos 330,000 kilómetros de la tierra, Jack Swigert inició el proceso para agitar los tanques de oxígeno. El oxígeno se transportaba en forma de un líquido pesado que debía agitarse periódicamente para evitar la estratificación. Un problema en el cableado ocasionó un cortocircuito, que a su vez originó una explosión en el tanque número 2, causando también daños en el tanque número 1 y otros equipos. Las lecturas de algunos de los diferentes indicadores empezaron a variar, y fue entonces cuando se escucharon las famosas palabras de Swigert: “Houston, tenemos un problema”.

Ir en una carretera y que se dañe un vehículo es un inconveniente no deseado. Después de todo, es tierra firme. El tener 3 astronautas en el espacio, a cientos de miles de kilómetros de la Tierra, con una nave deteriorada, alejándose del planeta en que vivimos no es una situación en la que nadie quiera estar.

El regreso

Lo que aconteció en lo adelante fue una sucesión de hechos y decisiones para nervios de acero y cabezas frías. Como no se sabía el alcance de los daños, en vez de hacer un regreso directo a la Tierra, los astronautas continuarían el viaje, le darían la vuelta a la Luna y entonces regresarían a la Tierra, lo que se conoce como una trayectoria de regreso libre. Era la opción más larga, pero la más segura.

Los astronautas debieron moverse al módulo lunar, que es la nave pequeña usada para el alunizaje, cuyos tanques de oxígeno estaban intactos. Por la necesidad de ahorrar recursos, los tripulantes debieron sobrevivir con una temperatura de 3 grados centígrados, a oscuras, con 0.2 litros de agua por día por persona.

El papa Pablo VI encabezó una congregación de 10,000 personas para rezar por el regreso seguro de los astronautas; diez veces ese número rezaron en una celebración religiosa en la India. ​ El 14 de abril, el Senado de los Estados Unidos aprobó una resolución instando a las empresas a hacer una pausa laboral para permitir la oración de los empleados. La Unión Soviética, la némesis geopolítica de Estados Unidos, ofreció los barcos de su armada para asistir a los astronautas en su eventual amarizaje en el océano Pacífico.

Las lecciones

De una situación tan complicada como la vivida en abril de 1970 se pueden sacar algunos puntos de interés para cualquier organización:

Rediseño de propósito. Es obvio que la misión cambió totalmente y el objetivo fundamental pasó a ser el regreso a salvo de los astronautas. La ciencia, la carrera espacial con la Unión Soviética, los enormes gastos del programa espacial pasaron a un segundo plano.

Decisiones bajo riesgo. Como no se sabía el alcance de los daños, no se podían asumir riesgos sin tener al menos un grado de certeza que permitiera considerar vías válidas que llevaran a tomar decisiones acertadas. Y con todo esto, había que tomar decisiones muy importantes para traer a los hombres de vuelta. Cualquier equivocación podría tener consecuencias catastróficas. No se pueden predecir todos los escenarios, pero es conveniente plantearse algunos riesgos posibles.

Uso de sistemas alternos. Los aviones y naves espaciales tienen sistemas en duplicado y hasta triplicado por si sucede algún desperfecto. Esto se puso a prueba durante la misión Apolo 13.   No había muchas opciones de maniobra, y el equipo de control de vuelo en Houston, luego de ponderaciones y de interactuar con los astronautas, daba instrucciones a la tripulación para hacer los cambios y ajustes necesarios. Es más que saludable contar con sistemas de respaldo ante cualquier eventualidad.

Conocimiento. Hacer lo que se hizo requería un conocimiento amplio de sistemas complejos, aún cuando fueran aparatos con tecnología de hace 50 años. Había que saber cómo funcionaba el conjunto de naves que formaban el Apolo 13, y sí, eran varias naves interconectadas, que tenían diferentes funciones. Sin la capacidad de computación actual, se hicieron muchos cálculos y muchas consultas científicas de diversas ramas. En cualquier organización hay que saber cómo funciona cada cosa y por qué, y hay que trabajar en base a datos.

Modificación de sistemas. Lo que no se había probado o diseñado se tuvo que hacerse a la carrera, e improvisando con lo que apareciera. Esto es similar a la adaptabilidad de los sistemas y ajustes a equipos. Ha de tenerse la capacidad de reaccionar y ser creativos para continuar las operaciones, y además, preservar la vida.

Trabajo en equipo. Hubiera sido imposible el regresar a los astronautas a salvo si no hubiera sido por la intervención de un sinnúmero de personas que con sus conocimientos aportaron y trabajaron sin descanso para salir airosos de tan difícil situación. El trabajo en equipo incluyó contactar a proveedores, consultores y expertos en diferentes ramas del saber.

Resiliencia. La capacidad de resistir y sobreponerse a situaciones extremas fue algo probado en la misión Apolo 13. Esta fue una muestra más de la capacidad de los humanos para salir adelante. Conjuntamente, los astronautas perdieron 31 libras de peso. A pesar de todas las cosas que han sucedido, la Tierra sigue girando y aunque llueva o esté nublado, el sol sale cada mañana.

La odisea tuvo un final feliz tras 5 días, 22 horas, 54 minutos, 41 segundos del despegue. Poco después de las 2 de la tarde del 17 de abril de 1970, el módulo de comando, curiosamente llamado Odyssey (Odisea) amarizó cerca de la Samoa Americana, en el Pacífico sur. El presidente Richard Nixon otorgó tanto a la tripulación como al equipo de control de misión la Medalla Presidencial de la Libertad, el mayor reconocimiento civil de los Estados Unidos. Jim Lovell, Fred Haise y Eugene Kranz aún viven.