El líder inspirador (2)

7 junio, 2019

Por Alejandro Moronta

Mejora continua, benchmark y negociación

Dejando el frente de batalla de la Primera Guerra Mundial en Francia, a su retorno a Londres, y siendo aún miembro del Parlamento, Churchill propuso cambios, como mejorar el sistema de promociones para los soldados, mejorar las condiciones de las trincheras y las lámparas usadas en ellas para que fueran tan buenas como las que usaban los alemanes. También llevó la moción de proveer cascos para la cabeza hechos de acero, como los que usaban los franceses, y que él utilizó cuando estaba en las trincheras. En la actualidad, a eso le llamarían mejoramiento continuo y benchmark. En otras palabras, usó su experiencia para proponer cambios favorables y vio cómo lo hacían mejor otros para mejorar lo propio.

En 1917 fue nombrado ministro de Municiones. Con sus habilidades de negociación aplacó una huelga de los trabajadores de las empresas que suplían material bélico al ejército. Al mismo tiempo apoyó las demandas de las mujeres para que se les mejorara su salario con relación al de los hombres. Eso fue hace más de 100 años, y el debate sobre equidad aún continúa en el mundo. Tiempo antes, ya había votado a favor de la resolución que otorgaba el voto a las mujeres en las elecciones generales. También, negoció con Chile el que suplieran la producción de nitratos, componente esencial para manufactura de cartuchos y proyectiles. Abogó por tanques más fuertes, grandes y rápidos.


Hace más de 100 años apoyó las demandas de las mujeres para que se les mejorara su salario con relación al de los hombres.


Así como estuvo a cargo del material bélico, también organizó el desmantelamiento de la estructura de guerra cuando terminó la contienda mundial. Al concluir la beligerancia, cuando manejó el Ministerio de Municiones, tenía responsabilidad por 3 millones de trabajadores. Es decir, supo manejar recursos cuando eran necesarios y también disponer de ellos cuando ya no se requerían.

El hombre

Si bien sus ocupaciones políticas lo mantenían con una agenda apretada, supo sacar tiempo para su familia. Se dice que un directivo con un buen ambiente familiar tiene mayores probabilidades de éxito. Clementine, o Clemmie, como le llamaba cariñosamente, fue el amor de su vida y su gran apoyo. Se dice que sin Clementine, Churchill no hubiera sido quien fue. Estuvieron casados 57 años. No importa dónde y bajo qué circunstancias estuviera, las cartas que le escribió a su esposa se cuentan por cientos.

En su casa de Chartwell, se involucró en la construcción de una casita de ladrillos para su hija Mary. De hecho, dominaba la construcción con ladrillos y quiso ser miembro de la agrupación de los albañiles, pero lo rechazaron por sus posturas políticas.

Churchill era despiadado en el arte de la palabra contra sus adversarios, pero ello no le impedía trazar una raya entre las ideas y las personas. Durante un debate, un parlamentario opositor le lanzó un libro, y esta fue una de las personas a quien luego invitó a cenar con frecuencia a su casa. Pocos saben sobrellevar los desacuerdos, endureciendo las posiciones antagónicas hasta en el plano personal.

Buen amigo, creó un sólido entorno que amortiguaba las difíciles situaciones que tuvo que manejar. Disfrutaba grandemente de agasajar a sus cercanos, y a los del banco contrario. Hasta sus opositores destacaban su finura de trato y la manera en que se conducía, a lo que se agrega su pulcritud en cuanto a presencia física. Parte de su ajuar en el tiempo que estuvo en la Primera Guerra Mundial incluía una bañera.

Churchill era un magnífico pintor, lo que le ayudó también con sus días más oscuros, en que necesitaba disipar la mente. Bien conocida era su afición al tabaco y al alcohol. Esto último no fue un obstáculo en su formidable capacidad de trabajo y toma de decisiones.

El liderazgo de Churchill incluía frecuentes dosis de humor para distender circunstancias. Su oratoria era natural y excepcional. Cuando se le preguntó en un evento si no haría un discurso dijo «¿Pedirme que no haga un discurso? Es como pedirle a un ciempiés que se mueva sin poner un pie en el suelo». Al cumplir 75 años un periodista le preguntó que si estaba listo para conocer a su Hacedor. La respuesta fue ingeniosa: «Estoy listo para conocer a mi Hacedor. El que mi Hacedor esté preparado para el gran evento de conocerme es otra cosa». En un tono muy diferente, estando con su esposa Clementine, le preguntaron que si volviera a nacer qué le gustaría ser, a lo que Churchill dijo: «Si volviera a nacer me gustaría ser el esposo de ella».

Madera de líder

Cuando el partido conservador perdió las elecciones en 1929, Churchill estuvo fuera del Gobierno, y sin embargo, continuaba siendo miembro del Parlamento. Se iniciarían entonces largos años en que Churchill alertaría sobre una nueva preparación armamentista germana y su desconfianza en Hitler cuando asumió el mando de Alemania en 1936. Tuvo la visión y la perspicacia de adelantarse a su tiempo, como haría todo buen directivo. Lamentablemente, no fue escuchado, sino hasta muy tarde. En su momento, el periódico Daily Express publicó una nota de disculpas por no haber atendido a sus advertencias. Tal era su liderazgo, que estando en la oposición, algunos miembros del gobierno, en desacuerdo con algunas posturas en cuanto al manejo del Estado, se acercaban a él y le pasaban informaciones que luego usaba en el Parlamento. Hasta el propio inventor de radar, Robert Watson-Watt, apeló a él para que el Gobierno le permitiera ampliar las pruebas de su trabajo.

En 1939, cuando Alemania invadió a Polonia, Gran Bretaña le declaró la guerra a los nazis y Churchill retornó al Almirantazgo. Con el avance de Alemania sobre los Países Bajos y la invasión a Francia, los británicos habían perdido confianza en el Primer Ministro, Neville Chamberlain, y este presentó su renuncia el 10 de mayo de 1940. El rey Jorge VI, padre de la actual reina Isabel II, le pidió a Churchill que tomara las riendas. Era entendido que, por el grado de respeto y el impacto de su figura, era el hombre adecuado en el momento adecuado. Churchill tenía 65 años.

El primer discurso de Churchill, ante Cámara de los Comunes, el 13 de mayo de 1940, es memorable: «Diré a esta Cámara, tal como le dije a aquellos que se han unido a este Gobierno: ‘No tengo nada que ofrecer, sino sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor’. Tenemos ante nosotros una prueba de la naturaleza más penosa. Tenemos ante nosotros muchos, muchos largos meses de lucha y de sufrimiento. Me preguntáis: ¿cuál es vuestra política? Os lo diré: hacer la guerra por mar, tierra y aire con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y triste catálogo del crimen humano. Esa es nuestra política. Preguntaréis: ¿cuál es nuestro objetivo? Puedo responderos con una palabra: victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar del terror, victoria por largo y duro que sea el camino, porque sin victoria no hay supervivencia. Que quede claro: no habrá supervivencia para el Imperio Británico, no habrá supervivencia para todo lo que el Imperio Británico ha defendido, no habrá supervivencia para el estímulo y el impulso de todas las generaciones, para que la humanidad avance hacia sus metas». En otro discurso, el 18 de junio 1940, dijo: «Abracemos nuestro deber, permanezcamos firmes, que si el imperio británico y su mancomunidad permanezcan por mil años, los hombres digan ‘Este fue su momento más memorable’».